En estos días navideños, uno de nuestros hijos nos regaló una cafetera italiana, de esas clásicas, de aluminio, octogonales y que muchos llaman Moka. Este gesto despertó mi curiosidad y me llevó a investigarla. La cafetera Moka no es una cafetera más. Es una pieza de época. Fue inventada en Italia en 1933 por Alfonso Bialetti y se popularizó en el mundo después de la Segunda Guerra Mundial. Sin mayor tecnología, funciona solo con agua, café molido y fuego: el vapor hace el resto. Simple y eficaz. Lo más curioso es que su nombre no proviene de un apellido italiano ni de una ocurrencia comercial más. Moka remite a Moca (Mocha), la antigua ciudad portuaria del Yemen sobre el mar Rojo, que durante siglos fue el principal centro exportador de café del mundo. En rigor, el café es originario, en estado silvestre, de las tierras altas de Etiopía, especialmente de la región de Kaffa, de donde deriva su nombre. Desde allí cruzó el mar Rojo hacia Yemen, donde comenzó a cultivarse entre los siglos XV y XVII. Fue desde el puerto de Moca que el café partió hacia Europa y el resto de Occidente, dando inicio a su consumo masivo. Durante años, Yemen supo guardar el secreto de estos granos y controlar su comercio, quedando ligado para siempre a esta infusión incomparable. Cada vez que alguien prepara un café en una cafetera Moca, aun sin saberlo, evoca a aquella ciudad y a aquella historia antigua. Hoy, paradójicamente, Yemen atraviesa una de las crisis humanitarias más grandes del planeta, con guerra civil, pobreza y devastación. Sin embargo, su huella persiste, silenciosa pero firme, en el nombre de la cafetera y en el ritual cotidiano del café. Y es aquí donde esta historia nos toca de cerca. Hace un tiempo, en mayo de 2025, leímos en La Gaceta una entrevista al Sr. Martín Cabrales, y allí nos enteramos de que Tucumán, provincia de profundas tradiciones agrícolas, comenzó a mirar al café como una posibilidad productiva. El empuje de pequeños productores pudo más y abrió una expectativa que hasta hace algunos años parecía un imposible: producir un café tucumano propio, con identidad, cultivado en nuestras tierras. Quizás algún día, y no tan lejano, podamos preparar un café cultivado en suelo tucumano en una vieja cafetera Moca, y en ese gesto confluyan un regalo familiar, la Italia de posguerra y el Yemen ancestral, otrora cuna mundial del café. Que el aroma que suba con el vapor no provenga de tierras lejanas, sino de nuestras yungas, de nuestro pedemonte y de nuestro trabajo. En el mundo, el café está entre las bebidas más consumidas. A menudo es citado como la segunda, solo detrás del agua, con un consumo de miles de millones de tazas por día. Este lugar de privilegio no es casualidad. El café no es solo una bebida: es un puente entre culturas, un motivo de encuentro, una pausa en el día y una excusa para pensar, charlar o compartir. El Jardín de la República supo ser azúcar, citrus e industrias: que sea también café. Tucumán: productora de café, no como algo raro, sino como una nueva página de su historia agrícola, en un país que hoy importa casi todo el café que consume..

Juan L. Marcotullio

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